Juan Manuel Baixauli Santaya, premio Aster de Trayectoria Profesional en 2015 y presidente del Grupo Gheisa, nos brindó un agradable rato de coloquio este jueves en La Alameda. Pero, pese a lo que era de suponer, esto es, que nos hablase de los distintos avatares del mundo empresarial, o de cómo decidió involucrarse en el ámbito de la docencia e investigación universitaria, nuestro invitado quiso hablarnos de algo mucho más importante, según él, en cuanto que le permitió hacer todo lo anterior: el viaje de transporte humanitario por África organizado por él mismo cuando todavía era un universitario de unos veinte años.

Claro que, para contextualizar esta narración, Juan Manuel quiso subrayar que era el año 1988 en Valencia. Esto implicaba, en primer lugar, que nunca se había organizado un viaje universitario por África debido a la carencia de medios apropiados (no había ni agencias turísticas, ni correo elctrónico, ni Google Maps…); y, en segundo lugar, en el año 1988 era bastante extraño  planear un viaje para transportar ayuda humanitaria, ya que, como el mismo invitado explicó, el «boom» de la cooperatividad empezaría en la década de 1990, tras la guerra de los Balcanes y el genocidio de Ruanda.  Pues, si ya era atrevido hacer un viaje de tales características, tampoco hay que olvidar que todo él fue propuesto, diseñado y ejecutado por veinte universitarios de distintas facultades de Valencia, con la ayuda,  en la parte de ejecución, de diez profesionales de diferentes ámbitos (médicos, mecánicos, guías…).

Habiendo dicho esto,  se comprenderá que nuestro invitado dedicara gran parte de la tertulia a hablar de los dos años de preparación previa que requirió el Valencia-Dakar. Y así, entre risas y anécdotas (como la de la ocurrencia de ir a la Casa Real para pedirle apoyo al Rey),  nos fue enseñando que la iniciativa personal (con audacia y una pizca de locura), el liderazgo y, sobre todo, la creencia en el proyecto son indispensables para sacarlo adelante. Y así fue como llegó al comienzo del viaje, en cuya narración destacaron los momentos de desesperación por los muchos obstáculos que iban surgiendo (dinero, perderse en el desierto, avería, muchas averías…), de los cuales, los más difíciles de superar, según Juan Manuel, eran los problemas más humanos: los de la convivencia con el resto de integrantes de la expedición. No obstante, y como era de esperar, fueron remontando los distintos problemas y, aunque un poco dispersos por el continente, consiguieron repartir todo el material humanitario que las habían encargado (maquinaria, alimentos, medicinas…), y volver sanos y salvos… más o menos.

De este modo, nos insistió en lo mucho que aprendió  para su vida personal con este viaje (pensado para veinte días y que se alargó hasta los tres meses): que no sabemos lo que tenemos, que nos creamos falsas necesidades y que es precisamente cuando más desprotegidos nos vemos, cuando sacamos lo mejor de nosotros para salir adelante. Por eso mismo se despidió subrayando un idea que no deja de repetir, sobre todo a los universitarios: que nos lancemos sin miedo por lo que queremos, porque vale la pena.

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